jueves, 25 de octubre de 2012

On my own.

Suena un suave piano, piano, y la voz toma forma. El tema se aleja de todo lo escuchado. Es algo grande, enorme. Tan grande que no puede medirse con sus tres palabras que lleva por título, sino que se engloba en algo mucho más grande, más músico, más "musical". Muchos idiomas, y una misma sensación: ser un miserable. Porque ese es el título del cajón de pequeños regalos, perfectos para todos, regalos de la música medida. Y letras que hacen que los pies vuelen, de pronto, y que la gravedad se invierta para repelerte de la tierra, y que te eleves, lejos. Y en el momento de más puro éxtasis, de suprema emoción, de sentimientos a flor de piel, de maldiciones y perdones, de amor y dolor, el teatro se sume en una tensa espera, para cerrar las cortinas en medio de aplausos. Y ahí esperas, tú, que sientes que con la canción se te ha ido parte de tu alma, a que tus compañeros cambien el decorado, pues el show debe continuar.

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