viernes, 7 de octubre de 2011

Vuelta de hoja y ajuste de cuentas.

Posiblemente esta sea una de las entradas más tristes y más ciertas que narre jamás sobre mi vida.
Tan cierta como que soy yo el que la cuenta, tan verídica como que el dolor del que os haré partícipe corre a latidos intensos, cabalga por mi cuerpo de cuándo en cuándo haciéndome sentir idiota y vulnerable a un tiempo.
Por cosas de la vida, bueno, no, por un conjunto de casualidades, distancias y distintos procesos de madurez acompañados de distinta gente, perdí no hace tanto a mi mejor amigo. O al menos, eso creía, aunque seguramente la relación viniese siendo ya una mierda tiempo atrás, mucho tiempo atrás, cuándo sentía que luchaba con el mundo y él no estaba, cuándo el instituto me comía entre clases que exigían cada vez más y compañeros, que no amigos, que no comprendían mi inteligentísimo sentido del humor, ni a mi mismo. Sospecho ligeramente que tampoco se comprendían a ellos mismos, pero a fin de cuentas, eso no es tan raro. Le pasa a mucha gente.
El caso es que yo sentía que perdía una batalla y mi más fiel amigo, al que yo quería y defendería hasta la muerte, de todos y ante todos, salvo quizá mi mejor amiga, no me entendía. Y su comodidad que le caracteriza, entre otras cosas, que ni es un demonio, ni un santo, no hizo nada, por propia definición, en intentar preguntarme qué coño me estaba pasando en uno de los peores años de mi vida. Nada.
Claro, tienes que decirlo todo. No vale pedir un cambio con la mirada, tienes que decirlo en alto. Para que el resto se ría de ti, con él incluido, y sentirte otra vez como una puta mierda. Como me sentí yo en el último y asqueroso curso de bachillerato, en el que tu futuro estaba cerca y lejos a un tiempo si eras ambicioso como fui yo, y además, poco comprendido, como también fui yo.
Me dolía que poco a poco se la soplase completamente (perdonen la expresión, queridos lectores) lo que me pasaba, y que las únicas veces en las que hablábamos con seriedad de nuestra amistad, era para reprocharme con una justicia de la que hacía una gala envidiable, y que era aplicable a todo el mundo, salvo a él. Pero sí, conmigo era justo. Quizá demasiado. Y es que si no cedes en una amistad, ¿dónde vas a ceder? Y no me refiero a permitir que maten a tu madre, no. Nada de eso.
Llegó julio, y el destino inesperado jugó su baza. Llegó septiembre y haciendo un alarde de fuerza superior al que hubiese sentido o tenido jamás, me tocó emprender un viaje solo en un mundo nuevo.
Mucha de la gente próxima a mí en este nuevo mundo, se esforzó en conocerme, y aprendió, con sorpresa por mi parte, a quererme, respetarme, y preocuparse por mí siempre, en cualquier condición. A decirme con palabras que era aquéllo que me ocurría, a preguntarme si quería un acompañamiento para ir a cierto sitio, a decirme si quería que fuesen mi público en varias actuaciones corales. Cosa que ninguno de mis anteriores "amigos" había hecho por mí. Jamás.
Y no me vale la excusa de que tus amigos te conocen más que alguien de 4 semanas, porque la intensidad con la que se viven las cosas cuándo eres menor y cuándo vives (y es que de verdad comienzas a vivir) es totalmente distinta, muy superior en las segundas veces.
Así que la distancia fue haciendo el olvido, y su comodidad le jugó la mala pasada a él mismo, y en cierta parte, yo recibí daños colaterales.
El amigo al que el tenía como fijo, como apoyo perpetuo, como último recurso (y es que pocas veces fui su primer recurso, por tejemanejes de la vergüenza y el destino) se cansó de ser solo eso.
Además, el amigo se cansó de que la mierda siempre fuera él. De ser lo peor y de que ni se cortaran para decírselo. Se cansó de ser una mierda a la que miras con cara de asco en la suela del zapato si la pisas. Se cansó de ser vulnerado con facilidad "beginner", y que a nadie le importaran sus "puntos intocables". Al mundo que lo rodeaba se la sudaba si el chico lo pasaba mal o no, si emprendía con alegría y a la vez con miedo y sus "amigos" se lo tomaban a chiste. Si con osadía y valor se atrevía a soñar un futuro y este estallaba en el esmalte de sus "amigos" día tras día. Si cualquier iniciativa que se saliese de la norma por no molestarse en ser comprendida fuese una basura o una locura del amigo.
Y entonces pasó lo que tenía que pasar, claro. Como ya dije, el amigo se cansó. Porque entendió que había gente que sí lo comprendía, que sí lo apoyaba, y que sí veía en él algo que sus "amigos" se molestaban en esconder.
Y ante la disputa final, se vino abajo. Lloró amargamente y aún tuvieron el santo valor de culparlo de algo (los otros "amigos") que ellos mismos se habían ganado a pulso.
Aún tuvieron la sangre fría de sentirse superiores, de creer que el mundo les daba la razón, y que nunca había existido un mayor santo que ellos.
Y el mejor amigo del chico que aguantó todo esto, tuvo los santos cojones (perdonen de nuevo la expresión) de decir que se había comportado mal, y que se había equivocado.
Pero no nos engañemos, señores. Si la comodidad le impedía preguntarle a su amigo qué coño le pasaba, ¿acaso iba a intentar encontar un receso de culpa en sus entrañas? ¿Acaso iba a sentir el amigo egoísta que él podía haber sido parte del detonante final? Qué va, por favor. Si él era super justo con todo, y la justicia divina solo podía resbalarle.
Se permitió el lujo de gastarse un último ataque irónico con su amigo que tanto había aguantado, casi con miedo a pensar que sí podía perderlo para siempre. Porque sabía que no le había fallado ni la mitad de lo que él, egoísta, mimado e infantil, le había fallado. O al menos, es el consuelo que me queda.
Como quiera que fuese, el adiós existió, y aún hoy me siento idiota por entristecerme cuándo me sincero con alguien del tema. Porque me duele, como estoy seguro de que a él también le pasa.
Pero ya que siempre he pecado de orgulloso, que es totalmente cierto, y como sé que él no se queda atrás, yo no voy a ceder. Bastante he cedido. Bastante me he peleado con el mundo y con mi mundo para entender por qué hacia tanto por alguien que me devolvía tan poco.
Esto no es una aclaración, una disculpa, una súplica. He aprendido a sobrevivir sin él, al principio sin darme cuenta, ahora echándolo en falta por momentos, pero es lo que él ha decidido, y bastante por él me he mojado, y bastantes veces me ha quitado el paraguas para que la lluvia siguiese mojándome. Quizá sin darse cuenta, que no lo sé.
Ahora siento algo raro. Unas fuerzas de atracción que ninguna ley física pudo explicar todavía, pero ahora ya no antepongo a ellas el simple orgullo.
Ahora antepongo las ganas de quererme y de respetarme tal y como soy, después de todo. Ahora pongo delante de mi persona física mi yo psíquico, mis alegrías y mis penas, mis deseos y sueños, mis fracasos y triunfos.
He aprendido a quererme porque sé que hay gente que me quiere siendo como soy, y que encima me lo demuestra.
Porque no se ríe de mi sueño pese a no tener un mejor expediente académico que ellos, y que me ayudan en todo lo que pueden, igual que yo hago con ellos.
Porque descubrí que el mundo es mundo, y que lo que opinen las 3ªs lenguas está demás. Y además es que me da igual.
Porque ya estoy harto de llorar por quién no merece lágrimas. Porque siento todavía rabia por todo lo que regalé. Porque siento todavía más rabia por sentir esa rabia para con el que fue mi mejor amigo.
Al que, pese a todo, echo de menos.
Si alguna vez lees esto, quiero que sepas que me ha dolido cerrar un ciclo en el que tú eras protagonista. Me ha dolido sentir que te alejabas y que podría ser para siempre.
Me ha dolido, y así lo demostré llorando, todo el daño que me pude haber hecho siendo tu amigo, apostando por ti y tú sin saberlo, ajeno a todo, porque no estabas para tales tonterías como "hablar de amistad". Me ha dolido sentir que este último año te ha cambiado tanto que posiblemente te hayas olvidado de todo lo que he hecho por ti, ganándome, mayormente, miradas descaradas, malas caras y contestaciones. Me ha dolido entregarme a una amistad sin reservas para que a la vuelta me vapulearan 100 gigantes. Pero me ha dolido más sentirme solo estando a tu lado, teniéndote como amigo.
Es tarde para decir que me arrepiento de algo, y la verdad, es que no me arrepiento de nada. A fin de cuentas, mis acciones me han hecho ser quién soy.

Y tú aún eres algo importante de mi vida, pero ahora yo soy lo más importante de mi vida, junto a mi familia más cercana.

Espero que tengas algún día (es casi utópico) el valor no ya de pedirme perdón, si no de leer estas lineas y pensar que sí, que yo no estaba tan equivocado, y que mis comportamientos encajan algo mejor.
Porque ya que no volveremos a ser amigos, al menos quiero dejar como sabor final, los buenos momentos que entre tú y yo pasamos. Porque todavía me importas. Me importas un montón.

A A.R.R,
con sinceridad disfrazada de nada.

"Los proyectos futuros se hacen pasados cuando el presente se interpone."