martes, 29 de abril de 2014

Aura

Las palabras sonaban fuerte, pero en mi sordera encendida contra el mundo, las oía huecas y bulliciosas. El momento, se presentaba, como siempre, algún día importante, antes de algo importante. En medio de alegrías y tristezas. La palabra no era larga. Salía casi levantando la lengua, sensual y atrevida, entra los dientes, para dejarla reposar sobre el labio carnoso: Do. Ese fue el puente. Y sobre ella fue viniendo esa escalera mágica, ese melodía suave, ese cántico sedoso, esa armonía electrizante. Llegó su voz, su dulce voz, capaz de convertir al creyente en ateo, al manco en diestro y al cojo en gacela. Llegó su suave tintineo, su rumor de caracola, sus caracolas negras, sus ébanos negros que nacían por cabellos, su tez pálida  bonita, cuidada y perfilada al más mínimo detalle, y sus ojos grandes, expresivos. Bellos, como toda ella. La mujer, que así quiero clasificar, movía el mundo con su gracia, y hacía que el Re y el Mi fuesen preciosos regalos de la música medida. Sonaba con el viento, lejos y cerca, el Fa tintineante, como copa bohemia que choca contra una igual. Y el Sol, que iluminaba su sonrisa, protegida por unos labios que tenían de feos lo mismo que de negro tiene el mar de la mañana. Era un regalo, y sólo unos pocos sabíamos valorar todo cuanto nos ofrecía. Parecía casi imposible que fuese humana. Desde luego, la duda siempre salpicará mi memoria, y el no habérselo preguntado por miedo ha sido motivo de muchas de mis frustraciones como escritor. En otoño, doraba las hojas caídas, hacía brillar la nieve en invierno y los colores de la primavera, y en verano, si me mandan jurar que escucharla fue en vano, diría que no hay santo más inhumano que el dueño de ése vozarrón. Suave, despacio, sin hacer daño. Piano, pianissimo. Legato. Descolocaba los sentidos y su voz reverberaba suave y limpia, recta, ascendente, hacia el cielo, del que había salido para acomodarse en su garganta. Éramos muchos los que intentábamos, sin éxito  descifrar parte de su enigma. Mi voz siempre quiso perderse con la suya en un dueto sin vida que hiciera quemar la llama. Sus gestos, sus aprecios y sus abrazos hacían que hasta el Sansón mas velludo se estremeciera por medio de su Aquiles. ¡Era una diosa, de éso no había duda! Sonaba como todos los instrumentos a la vez, en una melodía sin fin que invitaba a recorrer un cosquilleo el espinazo y tensarnos involuntariamente ante tal maravilla. Era la anacrusa del momento de soñar, la perfecta medida del compás, el dos por cuatro mejor cantado, el seis por ocho mejor pensado. Era lo perfecto y lo humano. Lo grande y lo pequeño. El susto y el agrado. La aventura y el desengaño.

Era, sin más, una mujer que lo tenía todo, y su arma dulce no era más que su voz. Los jilgueros se quedaban mudos si la escuchaban, y las golondrinas, en su vuelo migratorio, a escucharla se paraban. No había nota que desentonase en su canción, ni salmo que comparase su maestría. Era la voz de las voces, la pura esencia de la música. Tan pronto una de sus canciones aparecía como abismo insondable como se terminaba en una ovación de asombro.

La llamaban Aura. A veces dudo que ese fuera su nombre. Tenía gracia. Desparpajo. Eso que solo tienen unos cuantos. Lloraba cuellos de cisne e hilaba su silbido cantor. Reía con enganche, y enganchado quedó más de uno en sus rizos de seda. Llevó la música a lo más alto y deleitó al público con noches de bar de esquina y acordeón cutre. Se bebió las copas de los bares de París y alumbró Eiffel más que la luna llena. Deslumbró a muchos, y nos eclipsó a todos.

Por donde pasara, fuese donde fuese, no podía dejar de llamar la atención.

Algunos dirán que exagero, pero cuándo me siento lejos de ella, cuando creo que no volveré a escuchar su voz, un rumor, ese, el de caracola mencionado, me transporta a los recuerdos que nunca creí vivir.

Aura, era casi perfecta. Y es que para eso sólo le faltaba ser algo más imperfecta. Era, a fin de cuentas, lo que de una mujer se espera: belleza, ternura, firmeza, deber, poder, querer, amor, sensibilidad, voz, cariño, comprensión, y amistad.

Aura. Voz en grito. Canto de sirena. Hielo desecho. Fuego eterno. Lluvia que cala. Fragancia que embriaga.

La, Si, Do.

A mi querida Aura, musa en los mejores tiempos, y amiga siempre.
Te quiero.