miércoles, 25 de junio de 2014

Rima L. Los colores de las estaciones.


Y recordó al verla
la primavera vestida de rojo, verde,
 oro y rosa;
los trinos de los pájaros,
las alas de mariposa.

Rememoró el mes de mayo
en el que con dedos jóvenes, sedientos, alocados
exploró de su cuerpo
valles, ríos, montañas, bosques, prados.

Fue de abril un diez
cuando recorrió con rapidez
la locura de su boca, 
y palpó con pasión
de sus senos, la redondez,
la insensatez.

Viajó desde sus pies en marzo,
hasta su cabeza, en lo alto,
y del dorado sol de junio
tejió su pelo,
cascada grácil,
ávida de mar,
de un mar añil, de fondo negro,
rango cromático eterno y puro,
como puro y eterno es el blanco de las nubes
sobre el azul del cielo.

Y así, recordó al verla,
que de amor no muere la física,
pero el alma...
¡Ay, el alma!
El alma murió marrón, naranja, cobriza,
murió como la hoja que barre el otoño,
cayendo del árbol,
despacio, 
lento,
sin prisa,
para posarse luego, 
en el suelo,
seca,
mustia,
marchita.