sábado, 12 de febrero de 2011

Rima XVII (De los pulsos de mi mano)

20 de junio de 2009

Sonaba a melancolía
aquélla vieja canción
que sin ton ni son
ella repetía.

Mientras el agua escapaba,
de sus labios de corazón,
aquella vieja canción
era fusilada
por gentes inhumanas
cerradas e intoxicadas,
con ganas de hacer trizas el cielo,
a base de trazadas rasgadas.

Y el diluvio cayó.
Y rompió los corazones
que los labios cantores
amaron con moratones.
Con unos "quitas"
Y otros "pones",
Y con más pares que nones.

Y el diluvio cesó,
y su cuerpo cayó,
y su boca vacía,
serena, de pecado,
sin máximos cuidados,
la tierra tocó.

Y el también cayó,
preso por dentro,
inerte, muerto.
Y allí se quedó.

Después de mucho tiempo
de recitar callados,
poetas ilustrados
y versos amaestrados.
Poemas inculcados
en actos inhumanos,
que rasgaban el cielo
para hacerlo pedazos,
sus cuerpos se esfumaron.

Pero sus voces quedaron
ambarinas y resistentes,
persistentes,
en la mente de los presentes
que sonaban indecentes
ante la tumba y la rosa,
de aquellos jóvenes
desvanecidos,
casi aparcados por el olvido.
Casi cesados y casi enterrados,
si no fuese por el impulso
de los pulsos de mi mano.