sábado, 12 de febrero de 2011

New York y otras cosas.

28 de febrero de 2009

Cuando crees que nadie te escucha, encerrado en la intimidad del mundo, sin escuchar los suaves tintineos que sobrepasan los espejos no pulidos, subes al ático con techo de cristal, de la mítica ciudad, del sitio donde los sueños son efímeros empaquetamientos hechos de cristales de azúcar.
Y ante ti, se rinde, poderosa, con millones de luces a tus pies. Y sobre ti, de una manera sobrenatural,otras tantas luces.La ciudad se comporta casi como una jungla cuando rompe el día, y frente a ti, en algún lugar de tu visión retrospectiva, encuentras a la Gran Libertad amenazándote con descargar una tormenta de fuego que sólo dejaría de ti las cenizas.
Se ríe de ti por ser un simple humano.
Y tu te ríes porque ella es una simple estatua.
Y tu risa queda atrapada en algun alíseo impertinente que pretende eliminar del mundo la alegría.
Lo consigue poco a poco.
Años después, cuando ni tú ni nadie subirá las escaleras en caracol que llevaban al ático de tu casa, cuando la Naturaleza acabe por demostar que es la mayor fuerza que existe, y que todo el poder del mundo recae sobre su espalda y sobre su cetro imperial; cuando cansada de repetirnos que con ella no se jugaba, que acabaríamos pagando las consecuencias tarde o temprano, la Estatua termina por ceder al viento alíseo que te robó la sonrisa, para arrebatársela ahora a ella.
Un mero servidor de la Naturaleza.
Y la estatua, la Gran Libertad, es absorbida por la Natura y gana la batalla el contendiente predestinado.
Nadie.
Nadie quedará para llorar la derrota de una Libertad que muchas veces quedó olvidada por sus creadores.