domingo, 8 de agosto de 2010

God knows.

Era tarde para escribir. Demasiado tarde como para demostrarse a sí mismo cuánto o cuán poco se equivocaba en todo lo que decía, pensaba o creía pensar.
Dios lo sabía.
Quizás fue eso lo que impulsó al chico a coger pluma y papel y rasgar con el más profundo desgarrado de los dolores las líneas que serían testigo de la fuerza tremenda que guardaba y tenía que soportar cada día.
Quería ser libre, y huir de todo aquéllo. Parecía fácil, pero todo era un punto complicado del que difícilmente se podía destejer alguna tenebrosa hebra por la que seguir para llegar al fondo del embrollo. Una mierda todo.
Dios lo sabía.
Estaba completamente loco. Enamoradamente loco.
Jodidamente loco.
Asquerosamente acabado.
Y Dios no tenía ni puta idea de lo que sentía.
Pero era un consuelo saber que alguien sabía.