jueves, 12 de agosto de 2010

El lenguaje de las rocas

Debía haber cogido algo de abrigo. La mañana era fría, y la niebla se mezclaba con la sal. El olor impregnaba su nariz y hacía estallar todo su cuerpo con pequeñas vibraciones.
Las rocas negras destacaban, increíblemente, contra el cielo, de un azul neblinoso con cortes dorados que anunciaban el nuevo día.
El paseo de madera daba cuenta del tiempo y de lo que había hecho allí.
Cada una de sus muescas e imperfecciones que no venían de fábrica. Todo extras incluídos.
Las rocas, también hablaban. Pero más despacio.
Y entonces, se le antojó imposible el llegar a comprender una sola de las palabras que las rocas tanto se esforzaban por decir, y tanto trabajo les costaba.
La playa no daba muestras de nada. Estaba todo callado. Las olas sonaban débilmente, en susurros melancólicos.
La espuma formaba parte del paisaje. No había gaviotas.
Bajó hasta la arena. Apoyó sus pies y pronto un montón de granitos cedieron bajo su peso.
Se acercó hasta las rocas. Y pasó con cuidado sus dedos fuertes por entre las muescas.

El momento en el que el mundo se había paralizado, aquel beso lejano, aquel adiós incierto, no había sido más que un pequeño agujero de aquellas inmensas paredes de piedra.