martes, 21 de febrero de 2012

Decepción.

Los minutos pasaban como horas, y por momentos, fugaces momentos de nerviosismo aumentado hacían que pareciese que todo lo ensayado mil y una veces, fuesen borrones de niebla tan densos e impenetrables como la bruma marina de la mañana.
Pasó el siguiente, y el siguiente, y el siguiente más. Las caras de los que lo habían intentado volvían más o menos decepcionadas, y ninguna conseguía mostrar el más leve rastro de alegría.
Al fin llegó su turno. Pensó "Es mi momento".
Tiempo después, no conseguiría recordar el trayecto que como un autómata hizo desde el backstage hasta el escenario.
Los nervios lo atenazaban más que nunca, y el diafragma estaba tenso, y casi sin vida. Le extraño mantenerse vivo, porque si le mandan jurar, aseguraría que no respiraba.
De repente la oscuridad se convirtió en luz y sintió que le llegaba el momento.
La primera nota, nerviosa, indecisa, cayó, y con ella, el resto de la frase, pero aquello podía ser salvable.
Primeros bajos, no se le oía, era consciente, aunque con aquel micrófono no estaba seguro de qué se oía.
La melodía arranca, pero él no arrancaba con ella. El temor a cantar era patente, inevitable, y la inseguridad creciente, como un eterno manto negro, lo envolvió como un gran gigante perverso.
Terminó la actuación, con tristeza, por no haber podido entregarse a la canción tanto como quisiera, y apenas entre la vergüenza y la pena, pudo sentir los aplausos educados que salían de las gradas. Un desastre.
Pero aprendió, y decidió no volver a hacer aquello. A fin de cuentas, había muchas formas de demostrar y creer que verdaderamente su voz era buena, y estaba visto que el juicio público y repentino, no era una de ellas.

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