jueves, 3 de diciembre de 2009

Ella

El día no se prestaba para salir a comprar aquellas malditas latas de aceitunas. El día, realmente, no se prestaba para nada.
Se puso la bata sobre el pijama y se fue a tragar algo de telebasura antes de ponerse a trabajar.
El halógeno de la cocina hacía menos natural todo aquello, con su luz atípica, fuerte.
Después de coger el ordenador comenzó con el balance: hojas y hojas de cálculo, anotaciones, frases sin sentido, fórmulas ininteligibles.
El humo del cigarrillo había acabado de amarillear la hoja del calendario que adornaba sobriamente los azulejos. Y aunque no lo sabía, su alma había empezado a ser hace mucho tiempo amarilla y ceniza.
Ya nada le alegraba. Menos en aquellas fechas, que estaban muy bien cuando tenías 9 ó 10 años, pero que ahora eran verdaderamente patéticas, y excesivamente consumistas.
Cerró el portátil y le dio una última calada a su cigarrillo.
Sin querer, había empezado a apagar su vida, dejando entre ceniza y porcelana negra la apagada colilla de aquel cigarrillo, que le daba el aire para seguir tirando un poco más.

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