lunes, 20 de enero de 2014

Sin darme cuenta.

El tiempo, ¡ah!, ¡qué hermosa jaula dictándonos siempre el tac que irá después del primigenio tic! Un tic mágico, ciertamente. Inicio incesante, comienzo del todo, y a su vez, marca el final de todo lo que inició. Una continua renovación, un mundo entre suspiro y quejido, invenciones, excusas, leyes físicas que empiezan y terminan en un segundo.

Pues bien, el tiempo pasa, y nosotros, los humanos, además de contarlo, cicatrizamos. Cerramos casi cualquier cosa que nos ha hecho daño, nos recomponemos y seguimos adelante. Y hay días en los que parece que faltan motivos por los que sonreír, pero que aún así, sonríes, y no es la sonrisa idiota del amor, ni la sonrisa maliciosa del que sabe que va a por algo y lo consigue. Es una sonrisa de felicidad, una felicidad que ha nacido dentro de ti sin saber como, que no se debe a ningún motivo causal, nada de acción-reacción. Una felicidad que puede parecer insultante, pero que sinceramente, me importa una mierda.

Como digo, paso página sin darme cuenta. Pero de este libro, además de enseñanzas, de fortaleza, de palabras, de muchas historias y otros tantos poemas, me llevo conmigo el deseo perfeccionado en esos dos ojos verdes que para mí han sido tan dulces como amargos.


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